El aire artificial y frío del vagón helaba las manos con las
que sostenía el libro. Disponía aún de diez minutos de aquél paréntesis de
soledad portátil en aquel tren repleto de gente. Calculaba las paradas que
faltaban y las páginas que quedaban hasta llegar al final del capítulo, siempre
es mejor poner el punto donde empieza uno nuevo. Tras una página en
blanco comienza el nuevo capítulo titulado “árboles en el sol de la tarde”
donde pongo la entrada de concierto que utilizo como punto de libro y lo cierro. Fuera,
en el andén aguardaba el hedor gris de la recalcitrante rutina en la
ciudad.
En lugar de levantarme me quedo ahí sentado hasta que bajan
todos y el pitido indica el cierre de puertas, entonces vuelvo a abrir mi
libro, retiro el punto y sigo leyendo donde lo dejé.
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