El estruendo metálico que rebota en las paredes del frío sótano de la Gestapo me indica que han cerrado la puerta dejándome solo. La espaciosa y oscura sala parece más aún grande con tan solo una silla en la que a duras penas me mantengo erguido tras la paliza y una mesa. Sobre la mesa una lámpara flexo, una pluma, tintero y el papel donde debo poner nombres y apellidos a “la résistance”. Si no lo hago seguramente me matarán a golpes cuando vuelvan a entrar.
Pero en lugar de delatar a mis camaradas mejor voy a escribir un microrrelato sobre la Gestapo.
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